jueves, 3 de enero de 2008

Verónica Viola Fisher, 1974, Argentina: “No quiero dar explicaciones acerca de lo que escribo”


Verónica Viola Fisher nació en Buenos Aires el 8 de abril de 1974. Ha publicado Hacer Sapito (Buenos Aires, Editorial Nusud, 1995) y A boca de jarro (Buenos Aires, Edición A Secas, 2003). En Chile, participó de un encuentro de Chile Poesía y repartió sus versos como muchos otros poetas por algunas calles de Santiago... Este es parte de un perfil publicado en la desaparecida y quijotesca revista Libros y Lectores, cuyo creador optó por el lucro y los negocios...

Solo 9 años de edad tenía Verónica Viola Fisher cuando escribió su primer poema en la escuela primaria. Todo comenzó cuando su maestra sugiere a los alumnos abrir sus cuadernos y dibujar, escribir o hacer pajaritos de papel. Sin embargo, ella en un impulso innato, optó por trazar un par de versos que hoy define como el comienzo de su paso por la poesía. “Es lo que desde hoy puedo considerar poesía, donde yo pude jugar un poco y ser libre en relación a la escritura en el sentido de que nadie me obligó a poner determinadas palabras y hablar sobre determinados temas ni nada, sino simplemente me dijeron hacé lo que quieras y pude hacer lo que quise”, señala.

Desde ahí el trabajo ha sido incesante, aunque modesto –como se atreve ella misma a calificar- Sus libros inéditos “Abaco” y “Notas para un agitador”, acaparan de inmediato la atención del círculo de poetas trasandinos que no tardan en llamarla la nueva Alejandra Pizarnik, quien sobre el escritorio del pizarrón de su cuarto de trabajo escribió, la noche en que se fue para siempre: “No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo”.

En materia de inspiración poética, Viola Fisher ignora si en su escritura ronde algún fantasma literario de generación anterior, pero es enfática en no dar teorías acerca de su propia escritura. “No quiero dar explicaciones acerca de lo que escribo porque no puedo, no puedo para mi misma”.



miércoles, 2 de enero de 2008

Andrés Pavéz: “Santiago es una ciudad gris y paranoica”

Esta fue una entrevista realizada al recordado actor callejero Andrés Pavez fallecido hace algunos años... Esta entrevista iba a ser publicada en Flor de Ciudad, un proyecto que abracé junto a un par de amigos y que lamentablemente nunca vio la luz... Ahora la publico en éste, mi sitio

¡Vamos a ver teatro!, es el grito desesperado de un discípulo del fallecido actor y director teatral Andrés Pérez en el frontis del Museo de Bellas Artes. Es domingo y la entrada a este domicilio de la cultura es gratuita y porque no también puede serlo el teatro. En las frías escalinatas un grupo de personas espera un espectáculo callejero, sobrio sin andamios y zanquistas, sin la batahola tradicional que alimenta aquellos espacios públicos. Todo está listo para la improvisación y un enjuto y palidecido actor invita a quienes observan de pie sentarse para iniciar la función. Su histrionismo es tan impactante como el grueso de su voz, la misma que en el fragor de la dictadura estuvo a punto de ser acallada.

Andrés vive y trabaja en Santiago y a pesar de su condición citadina cuestiona severamente la urbe y sus habitantes. “Santiago es una ciudad gris, paranoica, tenemos miedo de mirarnos a los ojos. Somos todos causantes de ello, todos ponemos una cuota. Es una ciudad llena de cámaras, hay guardias de todos los colores azules, verdes y rojos. Existe un estado de paranoia colectiva”, afirma mientras sirve un humeante café en su departamento del barrio Lastarria. Expira por largo rato el humo de un cigarrillo que posa después en un viejo cenicero, cruza sus manos y se dispone a relatar sus inicios del teatro en las calles, antes que ingresara a la escuela de teatro de la Universidad de Chile, en una década marcada de utopías.

-- ¿Cuándo comenzaste en esto del teatro callejero?

Me autoexilié cinco años en Brasil tras el golpe militar de 1973. Estuve trabajando en Salvador de Bahía, hice danza afrobrasilera, trabajé con un grupo de chicos que hacían perfomances y empecé a descubrir otro mundo que era el carnaval, que es muy distinto al realizado en Río de Janeiro, es mucho más popular y vi que este era un gran espectáculo de teatro callejero y dije ¡Qué loco porque nosotros en Chile no tenemos este tipo de manifestaciones!. En ese entonces tenía 24 años, había estudiado teatro en la Universidad de Chile. Soy del grupo de la generación de la utopía, porque ingresé a la escuela el año 70. A los 16 años iba a los trabajos voluntarios y desde muy pequeño hice teatro y tuve otra mentalidad, en relación a que el arte estaba al servicio del pueblo.

-- Después de Brasil vuelves a Chile … ¿Desencantado o con ganas de aplicar en Chile lo aprendido en ese país?
Una vez en Chile, decidí irme a Temuco a investigar las raíces de los mapuches. Allí ayudé a organizar un grupo de teatro que se llamaba “Admapu”. Eran chicos de raíces indígenas que trataban de rescatar la lengua Mapudungun y en el medio del cuento se montó la obra “Lautaro”. Isidora Aguirre estaba trabajando en el guión y me involucré en la obra y decido formar una compañía de teatro callejero. Eso fue en diciembre de 1980. Ahí fue cuando formé el Teatro Callejero de Feria de Temuco. Así se llamó originalmente la Compañía. Partimos montando cosas muy tontas, porque en la dictadura se hablaba del apagón cultural, porque no se podían decir chistes contra Pinocho. Lo más terrible era que nosotros teníamos que ser muy inteligentes. Escribíamos guiones donde invitáramos a la gente más que nada a reír, como un respiro en este gran estado de locura y así partimos. Recorríamos todo Chile haciendo teatro callejero y descubrimos que el teatro callejero era para toda la masa y que también había que hacer teatro para estudiantes y empezamos a hacer teatro callejero en los patios de los colegios, en las Universidades, en los institutos, en las fiestas mechonas, en todas las instancias.

--¿Qué pasa después de esa experiencia?

El año 83 me fui a Francia. Estuve en París en el centro Pompidou, donde afuero del teatro había un intercambio cultural enorme, había cantantes, malabaristas, teatro alternativo, mimos de época. Volví a Chile, habiendo aprobado un curso de teatro La Comedia del arte, en la Sorbone con la nieta de Pirandello, un dramaturgo italiano y ahí me vine a Chile, Volví y seguí con mi teatro de Feria, pero ya establecido en Santiago y en el medio me cruzo con Andrés Pérez. Llegamos acá y comenzamos a utilizar la técnica de las máscaras, todo tenía que ver con máscaras, tanto el maquillaje por lo cual nuestro teatro callejero se tornó más combativo. Empezamos a hacer obras más agresivas tras escuchar en Europa a tanta gente hablando contra Pinochet, solidarizando contra la dictadura. En definitiva llegué más patudo y me atreví a montar en esa época una obra que se llamaba “Las Máscaras”, fue la primera obra que monté inspirada en una canción under, que dice, “Yo soy feliz, muy feliz porque ando en moto y uso jeep. Fumo Marlboro y Lucky Strike y mi camisa es made in Taiwan … Yo soy feliz”, partiendo de esa canción, cree un guión diciendo eso. Luego hice un monólogo, porque nadie se atrevía a contar cosas tan puntudas e hice un monólogo que se llamaba “El Teléfono”.Era una sátira a los Cuesco Cabrera, a los ingenieros comerciales. Era un cesante que no podía vivir sin su teléfono.

-- ¿Cuál era la reacción de la gente?

Empezamos a soltar a la masa, ya el teatro callejero lo hacíamos en Huérfanos, Ahumada, Plaza de Armas, todo esto antes del plebiscito del año 88. Hicimos muchas acciones de arte en todos lados, tomas culturales en la universidades. En la época de dictadura, éramos los favoritos en las peñas clandestinas, del Partido Comunista, del Mir, de la DC. Una vez fuimos a la población Luis Emilio Recabarren en momentos en que se celebraba el aniversario y pocos artistas se atrevieron a ir. Yo actué, hice cosas arriba de las mesas, porque mi teatro era catarsis, era como (toma aire) dejar a toda la gente loca, que todos quedaran patinando. Y cuando terminé la función tuve que salir por atrás, saltar una cerca y un auto me llevó. Así era. Participamos además en otra instancia que se llamó “Chile crea”, también nos tocó ir a La Legua. Frente al teatro callejero empezamos a descubrir cosas, como el espacio que era difrente al teatro en sala. Los niveles debían ser diferentes.

-- ¿Cómo se enfrenta al público en las calles cuando los esfuerzos para actuar son más difíciles que estar en una sala de teatro?

En las calles se descubren cosas. En la escuela de teatro por ejemplo me enseñaron a utilizar nuestro aparato vocal y sus resonadores. Pero solamente se enseña a trabajar los resonadores por el diafragma, lo que para sala funciona perfecto, pero para la calle descubrimos otro resonador que es el pelvis, que es casi genital y ese resonador lo descubrí con un gran maestro que se llama Juan Edmundo González, quien hizo mucho en Chile, montó “El Tríptico”, que eran tres obras de la tragedia griega.. El descubrió el método vocal del callejero y gracias a él yo tengo voz. El callejeo fue entonces también transmisor de técnicas. Cada uno descubrió una técnica y se la transmitió al otro. Llegaron los zancos, se hicieron necesarios porque al principio el público quedaba a la misma altura nuestra. Necesitábamos compresionarlo y sobre la altura estabamos a otro nivel. Nosotros teníamos el poder y sobre eso Andrés Pérez impuso los andamios. Empezó a trabajar en la calle con espectáculos con andamios. Cada vez vimos que los espacios eran diferentes, trabajamos con un teatro circular y descubrimos que la manera de desplazarnos era en triángulo y así empezamos a descubrir cosas, con nuestra voz, con nuestro cuerpo, descubrimos cosas que en las escuelas de teatro no se enseñan.

-- ¿Qué importancia le atribuyes a esta labor, la vez como una labor social, cultural, de rescate?

Si hacemos un pequeño diagnóstico de este país, este país está loco. Los motivos son muchos. La Organización Mundial de la Salud (OMC), ha decretado que más del 50 por ciento de los chilenos tenemos problemas de salud mental. Lo que significa que este es un país agresivo, violento, con cultura de la muerte. Todos pensamos en la muerte como el punto final a la solución total. Veamos como a través de la muerte podemos conseguir más dinero. Chile tiene una cultura de la muerte y eso hace que nuestro pueblo sea muy negativo. Por eso existe el teatro callejero actualmente. Antes era una lucha contra la dictadura, hoy es una lucha de cómo mantener a nuestro pueblo vivo y creer, porque no creen en los políticos, en el Gobierno, en los tribunales, en los educadores, en la policía en nada, entonces nuestra misión es actualmente hacerles creer de que no todos están locos. Solo ese 50 por ciento. Entonces tenemos que ayudar a ese 50 por ciento que está sano para que no se enloquezca más y al otro que está loco hacerle una terapia colectiva, a través del humor, a través de la reflexión, de la risa, ese es nuestro trabajo.

- ¿Cómo ves la percepción del público hacia el teatro callejero en dictadura y cómo la percibes ahora?

En dictadura existía una gran necesidad de poder decir cosas, de saber que estaba pasando y el teatro callejero de alguna forma nos informaba, era como un diario. De hecho todos los chistes los sacábamos de la radio Cooperativa y del Fortín Mapocho. Entonces tenía una cosa actual, contingente, necesaria. En cambio ahora, lamentablemente se ha llenado de payasos, groseros, sin mirar en menos a nadie, pero se ha llenado de una incomunicación virtual que no entendemos y lamentablemente los verdaderos espectáculos callejeros han ido muriendo. Todo se espectacularizó, ya da lo mismo lo que diga el guión. Nosotros seguimos sin embargo con nuestras raíces, con nuestra contingencia y la gente va, nos ve, se interesa, pero en general creo que hemos perdido la capacidad de asombro. Antiguamente seleccionábamos, ahora todo vale. La globalización es un poco esto, y creo que el teatro callejero también entró en la globalización. Hay además mucha gente vagando en las calles, gente que ya no cree en el mundo, entonces les da lo mismo lo que haya, se paran igual a mirar. Ya sea un ciego tocando un órgano, una estatua parada, una vieja mostrando el poto, la gente está tan desmotivada que cualquier cosa les llama la atención. Están como tontos


--¿Cuál es la temática de las obras que escribes y diriges?

Creo que una de las cosas que atrasa a nosotros como chilenos es el machismo y es por eso que lo critico para que también reflexione. Porque esto no es una crítica con solución, mis obras no tienen solución. Mi obra invita a la reflexión. Una de las obras que montó en el Bellas Artes tiene relación con este tema y es la historia de Marta y Mamerto, un matrimonio que se cruza con esto del machismo. La otra obra está inspirada en un texto de Jean Janette. Llamado “Las críadas” y con eso nos aprovechamos de la contigencia actual. Nos reímos de la derecha, de la izquierda, del centro, del medio y la gente descubre los códigos, los conoce. Entonces es un humor intelectual porque los hace pensar. Cuando nos reímos de la doctora Cordero, de Lavín hay un código detrás, hay algo que se está diciendo y la gente lo capta. Es un humor inteligente, no fácil.

-- Vives en Santiago, trabajas en Santiago … ¿Cómo vez a esta ciudad?

Una ciudad gris, paranoica, Tenemos miedo de mirarnos a los ojos. Somos todos causantes de ello, todos ponemos una cuota. Es una ciudad llena de cámaras, hay guardias de todos los colores, azules, verdes, rojos. Vivimos un estado de paranoia colectiva. Tenemos la represión policial, que cree que todavía estamos en dictadura, un campo nazi, donde todos son sospechosos de algo. Entonces tú no puedes vivir en una sociedad donde la policía sospecha de todo el mundo. Según la Constitución chilena, nadie es culpable hasta que se le comprueben los hechos. Creo entonces que hay un descubrimiento de la civilidad, de la policía frente a la civilidad. No tiene idea que son dos cosas diferentes, el uniforme y el civil son dos cosas diferentes. No entiendo como pueden andar caballos en medio de la ciudad cagándose en plena calle. Eso hace que esta ciudad sea paranoica. Si nos dicen que pongamos reja, que pongamos alarma, es una paranoia colectiva.

--¿Es posible hacer teatro popular en Chile?

Creo que si y es muy necesario porque necesitamos darle una luz a la gente y el teatro popular cumple su objetivo. También creo que sería bueno que existiesen mas teatros populares, no esta fiesta de la cultura que organiza cada año el Gobierno, donde al final nadie ve nada. Es necesario, todo lo popular es necesario, los partidos de fútbol, las fiestas de la primavera, todo lo que mueva a la masa y hace que la masa se descontraiga. Si tú logras que toda esta masa que vive estresada pueda pensar mejor, resolver sus problemas es un gran logro, porque el estrés implica que entra poco oxígeno a la sangre y esa sangre poco oxigenada pasa por el cerebro y te hace ver todo oscuro. Y cuando ven estas muestras populares le movemos los sentidos a la gente, a través del color, del olfato, del sonido. Y eso los hace respirar más veces.

--¿Cómo te gustaría que fuera recordado Andrés Pérez?

(Tarda en responder, recoge su pelo y aspira una bocanada de su cigarrillo aún encendido)

Cómo la reencarnación de un príncipe hindú, porque tenia la sabiduría de un maestro, la intuición de un mago y la disciplina de un guerrero.

¿Y cómo te gustaría que fueras recordado tú?

Aquel que gritó mucho y nunca quedó mudo.