lunes, 14 de diciembre de 2009

La vergüenza


Miró de reojo al ejecutivo que subió despistado al carro tratando de atender una llamada a su celular. Llevaba una bolsa plástica negra en una de sus manos y varios kilos encima. Isabel era muy joven, su rostro así lo delataba pero su porte y su gruesa estructura la hacían ver toda una señora.

El metro hervía de pasajeros a esa hora de la tarde. Debió permanecer estoicamente de pie durante todo el trayecto. -Cómo puedo estar cansada si tengo solo 20 años- se lamentó, mientras pensaba con ansias en el sándwich que devoraría minutos más tarde en ese local de comida rápida que tanto le gustaba.

El tren frenó bruscamente y por no estar atenta rodó por el suelo antes de quedar desparramada en el vagón. Se levantó como pudo, recogió la bolsa y se incorporó de nuevo. Sus mejillas comenzaron lentamente a enrojecer. Las sintió ardientes como si le hubieran dado una feroz bofetada. A su lado se instaló una muchacha que no paraba de mandar mensajes por su teléfono.
–¿Serán recados a su novio?- se preguntó Isabel mientras recordaba esas cartas que aún guardaba. Apretó la bolsa que llevaba entre manos e intentó alejarse de la chica que apretaba desenfrenada cada letra y número de su celular. Isabel quería bajar de ese vagón y advirtió que aún le faltaban cuatro estaciones para llegar a destino. Intentó concentrarse contando las luces blancas cada vez que el tren se internaba en el túnel, pero pasaban tan rápidas ante sus ojos que por momentos sintió fuertes mareos que la obligaron a abandonar esta acción.

A lo lejos vio que una señora se levantaba de su asiento. –Estoy tan agotada que me sentaría feliz.- se dijo, pero desistió de ello toda vez que imaginó las miradas de los pasajeros al verla cruzar el vagón.

- ¡Vergüenza, eso es lo que debería darte!. Si sigues comiendo de esa forma no encontrarás a nadie que se fije en ti- le dijo su madre cuando la vio devorar con tanto ahínco tres marraquetas y medio kilo de jamón a la hora del té.

El tren frenó de nuevo y la voz casi indescifrable de su conductor se escuchó por los pasillos del vagón. – Señores pasajeros este tren permanecerá detenido más allá del tiempo establecido- se oyó decir por altoparlante. Isabel notó que las luces bajaban y miró hacia la puerta cuyos vidrios eran ahora verdaderos espejos acusadores. La redondez de su figura le sorprendió. Notó que sus pómulos mofletudos colgaban de su rostro como dos grandes manzanas rojas. Sin embargo le gustó su nariz, respingada y pequeña. Al bajar por su cuerpo se avergonzó de su abultado abdomen. Intentó mantenerse erguida aguantando la respiración. En eso estaba cuando de pronto vio algo que la dejó sin aliento. No podía creer que durante todo el tiempo que había durado su trayecto no haya sido capaz de verlo. ¡O sí!, si lo vio pero lo miró con deprecio cuando subió al vagón preocupado de responder una llamada. El no la reconoció o si lo hizo prefirió esconderse entre la multitud.

-Era obvio- pensó Isabel. –Ya no soy la misma y debe sentir vergüenza de mí-
Cuando la abandonó aquella tarde de domingo se juró a si misma que jamás lo volvería a ver. El tiempo se encargará, pensó en ese entonces. Y aunque trató de buscar una salida desesperada a su angustia el hambre pudo más y permaneció meses sin salir de su habitación. Pero una llamada urgente desde el otro extremo de la ciudad la obligó a salir de entre las sábanas aquella mañana sin saber que se había transformado en una perfecta desconocida.