jueves, 29 de noviembre de 2007

Alicia en el país de las zancadillas


Santiago de Chile, 13 de marzo de 2001

En el mundo del perdón:
Si tuviera que escoger un cuento infantil para leer a mis hijos y explicarle a través de él la violencia desatada tras el golpe militar de 1973, la Moneda en llamas, la bandera chilena flameando hasta convertirse en negruzcos pedazos de tela, escogería el clásico "Alicia en el país de las Maravillas", pero esta vez me permitiría contar mi propia historia y más aún esbozar un nuevo título. La llamaría "Alicia en el país de las zancadillas", la misma que con éxito fuera estrenada en tiempos de dictadura en las tablas del teatro chileno.
Alicia sería entonces la inocente niña que escapaba sigilosa de las manos de una malvada reina de corazones, capaz también de escoger el tamaño adecuado para ingresar hacia mundos desconocidos.
Es aquí donde comienza para esta pequeña el génesis de un cuento truncado que vio desde las aulas de clases arrancar aquellas páginas prohibidas de los textos de historia o bien presenciar la abrupta detención de su profesor por agentes de seguridad en pleno ejercicio de sus facultades docentes. Las preguntas fueron infinitas. Las respuestas tardaron en llegar, y el olvido oscureció las pupilas obligando a callar en el momento oportuno.
Pero Alicia creció aunque todo a su alrededor se mantenía estático, sin mayores sobresaltos al menos en su reducido espacio interior ... afuera, en cambio, las escenas de horror marcadas por el secuestro, la tortura y la inhumación ilegal de cuerpos -algunos lanzados al mar- aumentaban en número y forma, cada vez con más ensañamiento.
La primera zancadilla de esta pequeña con cabellos de oro fue el ocultamiento de la verdad, aquella verdad sesgada que permaneció lejos de su infancia, pero que con el contacto exterior fue cobrando cada vez más agudeza. Así, Alicia se vio en la libertad de exigir la recuperación de valores morales como la justicia, atenta a los hechos que muchas veces escuchó tras las puertas, los cuales leía en las crónicas rojas de algún periódico coludido con el régimen autoritario.
Conocida esta verdad, su mente continuó divagando por pasajes que a ratos le eran familiares. Si bien muchos de ellos seguían siendo ajenos a sus vivencias cotidianas, no tardaron en calar en lo más hondo de su corazón. El impacto que provocó el conocimiento de las prácticas represivas, las delaciones de los propios compañeros de partido, las frías paredes de las casas de tortura, los ojos vendados y los impactos de bala, marcaron el inicio de un rechazo que sin encono comenzó un largo peregrinar.
El camino fue cada vez más pedregoso, aunque zizaguerante en oportunidades toda vez que se ganaba una batalla en los tribunales de justicia. Sin embargo, bastaron dos palabras puestas en boca de los sectores más representativos de la sociedad chilena para poner fin a las esperanzas de ésta y muchas Alicias. Justicia con clemencia, interpretada por muchos como el perdón a quienes cometieron tales vejámenes. En Argentina, el indulto presidencial a los ex represores, medida abolida años más tarde como un ejemplo de dignidad. En Chile, en cambio, el perdón acuñado por la Iglesia y los poderes fácticos. "10 avemarías por hechos de tortura y sólo 10 padrenuestros por asesinato", publica un rebelde matutino que asoma entre revistas de la farándula y un titular en rojo con el título de "Pinochet en libertad bajo fianza".

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